Vamos a repetirlo. Los rituales hacen que el cine sea especial

Aunque resulte sorprendente, son los pequeños rituales, y no los grandes actos, los que hacían especial al cine. Cuando las visitas a las salas comerciales de proyección eran, por decirlo con algo de tacto, menos sofisticadas que ahora, el cúmulo de pequeños detalles era lo que nos tocaba más profundamente, más incluso que la grandeza de lo que el propio espectáculo ofrecía.

Las gominolas abandonadas a medio comer, pegadas a los asientos, las cortinas de terciopelo colgadas de rieles dorados que protegían las entradas de las salas, la cola que había que hacer mientras esperabas con emoción bajo la lluvia, la entrada impresa en papel barato que te entregaban a través de una mampara de cristal como si fuese el tesoro más valioso del mundo. Incluso ahora, el olor de las palomitas que te transporta a un descolorido vestíbulo repleto de carteles de películas.

Aquí es donde ocurre la magia

Juntas, las ineficiencias idiosincráticas (ya inexistentes) de aquellos antiguos cines formaban un pequeño espectáculo que tenía lugar antes de cada proyección. Una ceremonia que establecía los límites de un mundo diferente con unas normas igualmente diferentes a las de la vida real. Ese lugar, con sus ceremonias, es extraordinario. Aquí es donde ocurre la magia.

Y la verdad es que sería una pena si esos cines en streaming de hoy, que tienen una eficiencia incomparable, dejaran perder estas sensaciones. Puede ser que la calidad de la imagen se encuentre a años luz de la del pasado, el sonido te deje sin palabras y que a veces ofrezcan aperitivos gratuitos verdaderamente apetecibles, pero intentemos no perder ese “no sé qué” que antes estaba presente.

El streaming no puede igualar la ceremonia del cine

Sí es importante que todo eso se pierda porque el streaming nunca podrá igualar esa ceremonia de asistir al cine, independientemente del nivel de su producción, presupuesto, el talento que atraiga o los premios que se lleve. Es nuestro Anillo Único, nuestro superpoder, nuestra Varita de Saúco.

Está claro que puedes ponerte una película, cerrar las cortinas, apagar las luces, pedir una pizza y encender el home cinema, pero no es lo mismo. Nunca llegará a serlo y nunca será lo suficientemente especial porque estás viendo la película desde casa. Si la pausas o contestas al telefonillo, la experiencia ya ha perdido la esencia.

¿Y eso sobre lo que al cine le encanta hablar de que es una experiencia compartida? Pues añádele los rituales, y le estarás ofreciendo al público emociones y pinceladas de cultura compartidas. De repente, nos convertimos en compañeros del mismo viaje: es el mismo sentimiento a cuando los hinchas del fútbol cantan y cuando el público de un concierto de rock hace la ola (y compra el merchandise por kilos), porque esos rituales nos hacen sentir que formamos parte de los acontecimientos que compartimos.

¿Es posible que esta experiencia compartida sea la razón por la que recordamos con cariño y de forma vívida el ir al cine? La primera película que vimos, la primera vez que, con nervios, le cogimos la mano a alguien y sí, también esa vez en la que mentimos sobre nuestra edad para entrar. Todo ello forma parte de la experiencia compartida del cine que le transmitimos a las siguientes generaciones.

Los cines se merecen algo más

Sin ese ambiente, las salas de cine son solo edificios en los que se proyectan películas, y los cines se merecen mucho más que eso. Se trata de esa ceremonia de encontrarte con los amigos, compartir rituales que solo vosotros conocéis, crear recuerdos juntos que solo vosotros entenderéis. Un día recordaremos con cariño incluso las gigantes pegatinas en el suelo y las barreras de plexiglás de las taquillas.

El cine es una forma única de arte. Necesita sus galerías y sus lugares de celebración igual que cualquier disciplina artística, por eso existen los cines. Vamos a intentar que esos pequeños rituales del cine sigan vivos; esas cosas irrelevantes que ayudan a que las salas sigan vivas y que sean las creadoras de esas experiencias compartidas que nos regalan un soplo de vitalidad.