El desaparecido arte de los carteles de cine

Iniciemos un pequeño viaje a través del tiempo desplazándonos al año 1922. Usted es propietario de una pequeña sala de cine y su próximo estreno acaba de llegar. Lo que ve no despierta, precisamente, su entusiasmo: ¿una película de robots y un cartel que no hay quien entienda?

Una pena: la película es, nada más y nada menos, Metrópolis, y en 2005 su cartel se vendió por 690.000 dólares. A la vista de lo cual es inevitable preguntarnos si alguno de los carteles de los filmes de hoy alcanzarán un precio equivalente dentro de ochenta años.

¿Ha desaparecido el cartel de cine como forma de expresión artística?

Hay, qué duda cabe, clásicos del cartel moderno. American Beauty, Pulp Fiction o Trainspotting son tan sólo algunos de ellos. Pero, ¿hay en la actualidad carteles tan icónicos como las películas que promocionan? ¿Se ha extinguido el póster de cine como forma artística? ¿Es el cartel aún importante, desde el punto de vista comercial, para la industria del cine?

Podríamos apuntar a los medios sociales y acusarles de ser hoy el lugar donde la reputación de una película se la juega. Pero si lo hiciéramos, estaríamos obviando la velocidad a la que la imagen de un póster —siempre, claro está, que sea buena— se convierte en meme en Internet, difundiéndose por todos los rincones y reproduciéndose una y otra vez.

Tampoco sería correcto afirmar que el mundo ha dejado de producir artistas gráficos de la talla de Heinz Schulz-Neudamm o Saul Bass, o que el diseño gráfico ha perdido su atractivo en el mundo digital, cuando la calidad de las novelas gráficas está en lo más alto y cuando se venden tantos paneles planos de Christie para mostrarlas.

A veces lo arriesgado es no arriesgar.

En una entrevista sobre el tema en el diario The Guardian, Michael Barnett, editor de impresión de Marketing Week, declara que “la mayoría de las veces el profesional del marketing opta por lo menos arriesgado. Yo lo veo injusto. Es verdad que los pósters de los grandes éxitos de taquilla siempre han seguido una fórmula establecida, pero también que muchos de los pósters que ahora veneramos fueron creados para películas cuyo éxito no estaba en absoluto garantizado y en donde, por lo tanto, merecía la pena arriesgar.

Por ello, admitiendo la actual sequía de arte auténticamente inspirador en el campo del cartelismo cinematográfico, no pensamos que ésta vaya a durar para siempre. Es muy posible que el próximo cartel de 690.000 dólares que decorará las paredes y las páginas de Facebook de millones de estudiantes en los próximos años, esté ya creándose en una mesa de dibujo.

La diferencia es que, ahora, el origen de ese póster no está en un estudio de cine, sino en uno de los miles de diseñadores independientes que hoy crean y reelaboran carteles de cine y los comercializan online con gran éxito. Hablamos de profesionales como Olly Moss y Brandon Schaefer.

El cartel de cine cobra vida

Asistimos, por tanto, a un cambio en la forma de mostrar el cartel que se plasma en la opción digital más que en el papel. Un cambio sin duda estimulado por la tecnología Christie y el panel plano, que hará que los pósters del futuro, más que estáticos, sean animados. Se trata de un desafío completamente nuevo para diseñadores y distribuidores. ¿Qué magia —nos preguntaremos— habrá creado Saul Bass en ese lienzo de proyección?