Un pacto para creer. ¿Qué es lo que hace especial al cine?
Quizá sea el olor a palomitas. Puede que sean las brillantes luces de neón de una marquesina en una oscura calle. Igual es porque sabes que estás rodeado de extraños. El caso es que todo el mundo sabe que hay algo mágico en el hecho de acudir a una sala de cine y que empieza mucho, mucho antes de lo que lo hace la película. Y lo que es aún más impactante es que esta magia no se ha perdido ni un poquito. ¿Sientes lo mismo cuando enciendes una televisión que lo que sentían las personas que lo hacían en los años 50, cuando las familias se reunían en torno a ella? Claro que no. Ahora la televisión está relegada a una esquina de la sala de estar, la tenemos en casa casi por obligación. La encendemos un rato y la quitamos en seguida. En casa, cada vez utilizamos más pantallas a la vez: la televisión encendida mientras utilizamos el móvil, mientras nuestra atención se pierde entre las dos.
Un mundo diferente con normas diferentes
Pero el cine y las salas de cine siguen siendo algo especial. Porque te piden atención exclusiva en una época en que nos cuesta centrarnos en tan solo una cosa. A una sala de cine vas a ver una película y nada más. No vas a hacer scroll sobre innumerables posts de cualquier red social ni a tener una conversación con nadie. Te mandarían callar, y con razón. En este espacio, estás en un mundo diferente y al que aplican diferentes reglas.
Por lo tanto, mientras el contenido consumido puede que sea el mismo, la forma en la que vemos una película en una sala de cine en comparación con cómo lo hacemos desde nuestro sofá es totalmente diferente y cada vez lo es más. Es evidente que nunca te sumergirás por completo en el mundo que propone un director cuando solo le estás prestando atención a medias. En el momento en el que entras en una sala de cine, acordamos un pacto mediante el cual decidimos creer: prometemos dedicar toda nuestra atención a la pantalla y sumergirnos en ese mundo imaginario que se nos presenta. Quizá el cine sea una buena opción para llevarte a otros mundos porque realmente estás en uno distinto.
Un portal a diferentes lugares
Hubo una época en la que no cabía duda de que los cines eran portales a otros mundos: se les llamaba “palacios de la imagen” en honor a los antiguos teatros griegos y se decoraban con estilo art déco. Pero a pesar de que los diseños de los cines modernos están más enfocados a la funcionalidad que a la fantasía, seguimos haciendo el mismo pacto. El portal sigue abierto.
En los “portales” de hoy en día, como contraposición a no ser tan espectaculares como aquellos del pasado, ofrecen experiencias mucho mejores. Los mundos imaginarios en los que elegimos creer ahora nos rodean con unas imágenes y sonidos inconcebibles hace tan solo unos años y que en ninguna circunstancia es posible recrear en nuestros domicilios. La proyección de láser puro RGB y el sonido envolvente como el de Vive Audio hacen que, con independencia del mundo en el que nos encontremos en ese momento (el de Oppenheimer, Barbie, Superman o alguno creado por Shakespeare), serán capaces de hacer que olvidemos al resto de ellos durante al menos un par de horas.
Nos volvemos a sumergir en ese otro mundo, ese en el que habitamos día a día, y nos sentimos curiosamente renovados. Hemos pasado dos horas liberados de nuestras preocupaciones diarias, los feeds de noticias y las conversaciones en redes sociales. Esta desconexión es muy difícil de encontrar hoy en día, a veces ni siquiera disfrutas de ella en vacaciones, y la tienes a tu alcance por tan solo lo que cuesta una entrada de cine.
Podemos llamarlo escapismo, experiencia inmersiva o multisensorial, no importa. No hay nada que se le pueda comparar y no hay ningún otro lugar en el que lo puedas encontrar más allá de los cines.