Hacia lo más alto.
Ang Lee a 120fps y 48k
‘Quiero atreverme más. Aunque sólo sea por ver qué pasa’.
Por qué Ang Lee eligió 120fps y Christie para Billy Lynn
Mucho se ha escrito sobre la decisión de Ang Lee de rodar Billy Lynn’s Long Halftime Walk en 120fps, 4k y 3D. Quizás lo más revelador es lo que el propio director declaró en una entrevista al New York Times:
‘Quiero atreverme más. Aunque sólo sea por ver qué pasa’.
El objetivo más noble
No es fácil justificar ese ‘Aunque sólo sea por ver qué pasa’ desde un punto de vista comercial. Pero, ¿y desde el punto de vista artístico? Nuestra opinión es que, seguramente, hay pocos objetivos tan nobles como ese.
Pues lo que Ang Lee ha creado —como la reacción de público y crítica se ha encargado de corroborar— es una película que además de explorar nuevas posibilidades técnicas, al hacerlo crea un nuevo lenguaje cinematográfico.
El éxito del filme se adivinó ya en la edición de este año del IBC Big Screen Experience con la proyección de unos breves clips. Para garantizar que la película se viera exactamente como Ang Lee la había concebido, el evento optó por dos proyectores Christie con iluminación láser RGB (en lugar de la iluminación por lámpara de xenón habitual en el cine) con resolución 4K y una potencia de 28 pies lambert. Ese brillo extra era vital; tengamos en cuenta que las actuales proyecciones 2D se realizan a una potencia de entre 5 y 7 pies lambert, insuficiente para el 3D, pues su contemplación con gafas 3D estéreo lleva aparejada una inevitable pérdida de brillo.
1,2 gigapíxeles por segundo
La excepcional claridad y el gran detalle —también en 3D— saltan inmediatamente a la vista. Estos proyectores usan TruLife™, la plataforma electrónica de Christie que con, sus 1,2 gigapíxeles por segundo, es la solución de procesamiento de vídeo mejor y más rápida de cuantas existen, y especialmente buscada para aplicaciones muy exigentes, como la visualización 3D o atracciones de parques temáticos donde la alta velocidad de imágenes y la elevada resolución son requisitos fundamentales.
A pesar de su brevedad —nueve minutos— los clips proyectados en IBC permitieron a expertos en tecnología y críticos de cine apreciar la capacidad de la imagen para captar las emociones del actor. Ese ha sido el objetivo de Ang Lee desde La vida de Pi. Rodando aquella película llegó a la conclusión de que los 24fps no eran suficientes para transmitir con fidelidad los sentimientos del actor, y se propuso rodar a 120fps. Era no obstante consciente de que anteriores producciones rodadas con alta velocidad de imagen habían encontrado resistencias entre el público por su apariencia ‘excesivamente real’.
Un viaje complejo
Pero además, la decisión obligaba a adoptar un nuevo enfoque artístico y a hacer frente a toda una serie de desafíos técnicos. Mientras los técnicos de Ang Lee se hacían con el novedoso equipo, el elenco de actores y el equipo artístico se embarcaron en un complejo viaje. Como tantas veces ocurre en el cine, trabajaban a ciegas. Cada día se revisaba lo rodado (7,5 terabytes por día) pero hasta una semana antes del rodaje, cuando Christie instaló en la sala de montaje sus potentes proyectores láser RGB con Christie TruLife, fue imposible ver realmente el resultado.
La mejor sala de proyección del planeta
Tim Squyres, montador de la película, explica: «Había que editar a la resolución más alta a la que podíamos hacerlo, que era de 60fps. Estábamos al límite de capacidad del sistema. Y en eso se presentó Christie, y acabamos con la mejor sala de proyección del planeta”.
La capacidad de ver lo que se filmaba a diario a 120fps y 4K tuvo un impacto directo en el trabajo de Ang Lee y su equipo: “La luz solar era abrasadora. Todo se veía. No podíamos usar maquillaje… Aquella nitidez nos asustaba: ¡la interpretación del actor quedaba totalmente a la vista! Tuvimos que cambiar el lenguaje fílmico. Había que filmar muy de cerca a Billy Lynn. Sentías lo que él sentía, y su mirada transmitía a la perfección lo que estaba pensando».
Algo parecido debió de pasarle a Les Paul cuando rasgueó su primera guitarra eléctrica, o a Claude Monet al poner en su paleta el primer chorretón de su azul cerúleo sintético: la constatación de que no estaban ante un avance tecnológico más, sino ante algo destinado a cambiar el mundo y el arte para siempre.