Historia de dos ciudades (inteligentes)

¿Qué ciudad es mejor? ¿Aquella que se planea desde los cimientos para que sea clínicamente eficiente? ¿O la que ha crecido de forma orgánica y mantiene su demografía enloquecida? Quizás lo mejor sea algo nuevo, una ciudad inteligente que prometa combinar los beneficios de ambos casos.

En 1853, el Emperador de Francia Napoleón III parecía tener la respuesta. Había estado pensando en París y estaba preocupado. Su capital tan antigua, hogar de un millón de personas, era propensa a los altercados. Y si has visto la película de Los Miserables, sabrás que los involucrados cuentan con dos armas: las calles estrechas de la ciudad y las barricadas que construyeron para bloquearlas.

Así que Napoleón III construyó la ciudad que conocemos hoy en día, con grandes bulevares y espacios públicos. Una ciudad en la que la elegancia parisina sustituyó al desorden. Y, si hay que definir una ciudad como aquella, que examina el comportamiento de sus ciudadanos y lo modifica, se trataba de una ciudad inteligente prototipo.

Dirigida por algoritmos, no emperadores

Aunque los planes de los alcaldes de las ciudades inteligentes modernas suelen llevarse a cabo mediante algoritmos y no emperadores, y utilizan sensores, centros de control y loops de feedback adaptables, los principios son los mismos: hacer que la ciudad sea controlable, predecir los comportamientos y cambiarlos.

Excepto que no repiten el error del Emperador de Francia, Napoleón III. Este vio los edificios y carreteras como una manera de imponer su criterio e ignoró la esencia de las ciudades: las personas son lo que importa, no la infraestructura. Da igual lo elegante que esta sea.

Lo que nuestra experiencia con la pandemia nos cuenta sobre las ciudades inteligentes.

El mundo acaba de atravesar el mayor experimento de cambio en el comportamiento hasta la fecha después de que la pandemia exigiera que cambiáramos nuestras costumbres casi al completo para salvar nuestras vidas. Algunos lo hemos hecho de forma voluntaria, otros malinterpretaron las normas y otros las ignoraron aposta. En resumen, nos hemos comportado como humanos.

A veces, un mensaje agradable era suficiente para empujarnos al cambio y en otras ocasiones se necesitaban unas medidas más fuertes. Pero lo único que no hicimos fue precisamente lo que nos pidieron hacer.

Los planificadores de ciudades inteligentes y los expertos en comportamiento humano debatirán los resultados de este experimento en los años venideros, pero por ahora está claro que los ciudadanos no soportarán ser meros transeúntes. Incluso cuando los números de la pandemia son elevados, quieren saber quién está tras el timón y por qué deberíamos confiar en ellos.

Los ciudadanos no soportarán ser solo transeúntes

Es por ello por lo que los centros de control, muchas veces siendo el enlace entre humanos y los datos, son tan importantes. Los datos pueden alimentar las ciudades inteligentes, y los algoritmos pueden informar sobre decisiones, pero los humanos siempre esperarán que otros humanos tengan la última palabra.

Y no solo se esperará que los operarios juzguen si la presencia de algoritmos en una situación es real o no; se esperará que lo hagan en segundos.

Obligatorios para una misión importante

Ahí es cuando el enlace humano/ciudad inteligente se convierte en esencial. ¿Es la causa de ese tráfico en la carretera principal la misma causa que el algoritmo ha visto e identificado con éxito mil veces antes? ¿O se trata de algo nuevo? Ese es el momento en el que las tecnologías como pantallas y procesadores seguros y de alta resolución pasan de ser accesorios a obligatorios. Incluso cuando las decisiones son nimias, muchos pasos en falso implican que la confianza en el sistema y las normas se vea mermada.

París es una ciudad preciosa, pero no superó los estándares de Napoleón III. Los ciudadanos salieron a la calle y tuvieron lugar los sucesos que inspiraron Los Miserables. La infraestructura ha cambiado, pero la naturaleza humana no. Las ciudades inteligentes de hoy en día ofrecen algo prometedor, que esperamos que nos mantenga más seguros. Pero lo que más importa no es ni el lugar ni los algoritmos, sino las personas.