Nos lo estamos perdiendo
Vamos a escribir una carta de amor al hecho de salir por la noche, a la espontaneidad del acto en sí, al caos de la calle y a las maravillas de una enredada y trepidante noche de fiesta que, a la mañana siguiente, nos hace pensar, “¿a que lo pasamos bien?”.
No solo nos estamos perdiendo los eventos planeados, como las películas que nunca se estrenaron y queríamos ir a ver, o los grupos que no llegaron a hacer su gira, o esas reuniones familiares tan esperadas que no pudieron producirse. No han sido solo los eventos programados de lo que nos han despojado.
Nos estamos perdiendo esas cosas que son imposibles de planear, como descubrir un restaurante de tu calle que sirve ese pollo al curry tan rico o entrar al cine porque llueve y acabar viendo una película que te cambia la vida.
Igual hasta te has enamorado y has encontrado pareja en una de esas noches de fiesta espontáneas. Muy a la vieja usanza.
Hay cosas que en casa no pasan
Para todos aquellos que vivimos de planificar el entretenimiento nos es fácil olvidar que la espontaneidad es una parte fundamental de lo atractivo de salir. En ese caso, no se trata de la familiaridad y seguridad que te aporta tu hogar, sino de la emoción que se esconde en lo inesperado, eso es lo que enciende nuestra necesidad de salir cada vez que esta pandemia “nos encierra”.
Estás en casa viendo una película. ¿Qué haces cuando acaba? Quizás te tomas otro café, estás un rato en redes sociales o te vas a la cama. El final de esa película es el final de ese “plan”. No te puedes colar en un bar para tomar una inocente copa, ni probar la comida del puesto justo a la puerta del cine, ni compartir los selfies de la noche. Nos quedamos solos con nuestro hogar.
Cuando se acabe el confinamiento, que será de una forma gradual más que una explosión de vida social, ¿qué haremos? ¿Mantendremos nuestros hábitos hogareños? Seguro que tras la primera noche de fiesta tendremos algo de resaca, pero es poco probable que esto sea algo que importe demasiado y que nos haga quedarnos en casa de forma voluntaria, al igual que lo es que esta situación vaya a quedarse con nosotros para siempre.
Ni punto de comparación
No salimos porque sea conveniente, barato o porque es la única alternativa. Salimos porque nada, absolutamente nada en el mundo se puede comparar con ese maravilloso sentimiento de estar con amigos y desconocidos a la vez, creando situaciones en las que todo es posible y cualquier cosa puede suceder.
Es posible que nos toque trabajar desde casa durante bastante tiempo, pero la posibilidad de que nos quedemos encerrados hasta el fin de los tiempos es cada vez menor. Cuando duermes, comes y trabajas en el mismo espacio, es normal que quieras cambiar de aires de vez en cuando.
Cerramos, pues, esta carta de amor a la inigualable y espontánea felicidad de salir e improvisar. Porque cuando estás recluido en tu casa no suelen pasar cosas emocionantes.