No hay placer más grande que el que nos produce ir al cine
El placer es, quizá, una emoción que se subestima. Siempre esperamos vivir grandes emociones en estas fechas: amor u odio, nerviosismo o aburrimiento, argumentos a favor o en contra … El placer puede parecer algo más simple que esto, quizá demasiado autocomplaciente y, en fin, algo prosaico. Pero cuando lo sentimos, lo tenemos clarísimo. Un rápido abrazo, una sonrisa discreta, un recuerdo indeleble… y el placer se convierte en un tesoro que podemos llegar a recordar toda la vida. Así que nosotros creemos que no se debería minimizar. Es el momento en el que nos sentimos más humanos que nunca y más conectados con los demás. No es algo grandilocuente y sí algo muy bello.
Traernos placer es algo que al cine se da bastante bien. Es una expresión artística que celebra la espectacularidad, pero sus momentos más potentes a menudo se suelen dar en los instantes más comedidos, en los que la acción se para y, de repente, damos rienda suelta a nuestros sentimientos. Es la inigualable expresión de Jack Nicholson y la sonrisa de Ryan Reynolds. Es el “¡Vengadores, unidos!” y E.T. en bici. Momentos como estos pueden parecer insignificantes hasta que te das cuenta de que son las escenas que recordarás durante toda la vida precisamente por la satisfacción que te proporcionaron.
Así que hagamos una pausa y celebremos estos momentos cinematográficos en los que el público tiene unos segundos para recobrar el aliento. Pensemos en el beso boca abajo de Spiderman, en Seb y Mya despidiéndose en La La Land, la escena junto al lago de Almas en pena de Inishherin. Estos momentos de placer también suponen momentos de claridad, un momento clave en el que el argumento de repente cobra sentido o en el que un personaje desvela su motivación. Si te los pierdes, si te pierdes su sutileza, te estarás perdiendo lo más importante de la película.
Por lo tanto, estamos en nuestro derecho de alabar los explosivos espectáculos que la proyección de láser puro RGB y el sonido modernos nos ofrecen, así como la claridad y la fidelidad cromática que nos hacen percibir estos momentos tranquilos como claves en la película. Usada de forma conjunta, la tecnología vanguardista permite a los directores tener la confianza para aprovechar al máximo los diálogos susurrados y los primerísimos primeros planos, ya que tienen la certeza de que cada matiz e inflexión que capturen se verá correctamente reproducido en la pantalla.
Momentos íntimos de extrema claridad emocional
Es durante estos momentos en los que la conexión entre el actor y su público es total. Es cuando verdaderamente sentimos en su totalidad las emociones del intérprete, podemos apreciar su humanidad claramente y sentir su alegría intensamente, y es aquí cuando la calidad del sonido y la proyección deben estar al nivel de sus habilidades interpretativas.
¿Será el público capaz de darse cuenta del enorme esfuerzo tecnológico que hay detrás de esto? Definitivamente esperamos que no. En estos breves momentos de calidad, nada debería interponerse entre el intérprete y su público, y mucho menos la tecnología. Por eso, la fidelidad cromática, la resolución y este tipo de cuestiones importan tanto, porque cada avance que hacemos cubre un espacio entre las emociones plasmadas en pantalla y aquellas que está experimentando el auditorio. Por esto el público se permite a veces murmullos de aprobación y sorpresa, porque ya no son solo una audiencia: la tecnología y el séptimo arte les han logrado llevar a un lugar en el que disfrutar de puro placer.