Menos hablar y más actuar: observar es aprender
A veces, las cosas no acaban de cobrar sentido. Incluso los más brillantes a nivel académico conocen la frustración que supone que nuestro cerebro se niegue a asimilar una idea. Días en los que las palabras de un libro podrían estar en klingon y las notas a pie de página en élfico, si nos guiamos por lo que nos transmiten.
Y entonces, de repente, lo entendemos y nos preguntamos por qué nos había costado tanto, ahora que es tan obvio.
Aprender algo nuevo puede ser duro, pero también muy gratificante y divertido (puede y debe ser divertido). Al fin y al cabo, la curiosidad está en nuestra naturaleza, pero cuando nuestro sentido principal es la vista, ¿todas esas palabras estorban?
Primero lo visual
A menudo recurrimos a los medios visuales cuando aprendemos por placer o por curiosidad, y se ha creado toda una industria del infoentretenimiento en torno a nuestro deseo de descubrir cosas. Puede que no nos haga falta conocer los hábitos sociales de las suricatas, pero ¡hay que ver lo divertido que es investigarlos! De forma parecida, aunque el objetivo principal de los planetarios sea estudiar el cosmos, los visitamos para dejarnos cautivar por las imágenes. Si por el camino se cuela un poco de conocimiento, mejor, pero lo que en realidad buscamos son agujeros negros y grandes explosiones en proyección láser 4K con banda sonora estéreo.
Lo mismo ocurre con las galerías de arte y los museos. Las instituciones más ilustradas son conscientes de que las vitrinas y las fotografías en paredes descontextualizadas no son tan atractivas como un videowall narrativo o una presentación en pantalla grande. Saben que cualquier material audiovisual vale mucho más que mil palabras y que un vídeo de cinco minutos puede despertar el entusiasmo de por vida, sobre todo en los visitantes más jóvenes. Por eso, museos como el Academy Museum of Motion Pictures de Los Ángeles, el Museu do Ciclismo Joaquim Agostinho de Lisboa y la galería ArTech Hub de Chongqing han invertido mucho -y con éxito- en sistemas audiovisuales innovadores, porque no hay mejor forma de compartir su entusiasmo y sus conocimientos con el mundo.
Aulas inteligentes
Ahora bien, ¿qué ocurre con el aprendizaje en entornos más estructurales? Uno de los temas más candentes en la educación actual es el concepto de aulas inteligentes: la idea no es solo replicar las pizarras con pantallas digitales, sino tomar prestadas las técnicas del infoentretenimiento para impulsar el aprendizaje con papel y lápiz y facilitar la evaluación del progreso en tiempo real, en lugar de depender de los exámenes finales. Una generación que recurre por instinto a las pantallas y a los motores de búsqueda para informarse en casa pretenderá hacer lo mismo en la escuela y se extrañará si no puede.
Del mismo modo, técnicas pioneras en simulación, como las imágenes en 3D, son ya una realidad en la enseñanza superior. Los estudiantes de medicina simulan intervenciones quirúrgicas, los de ingeniería someten a pruebas previas mecanismos complejos y los futuros físicos teóricos visualizan estructuras subatómicas.
Aprender siempre ha significado ver el mundo con otros ojos y, ahora que la tecnología nos ofrece tantas formas nuevas de mirar, solo cabe preguntarse qué es lo que verán las nuevas generaciones.